¿Cuándo crecerá Argentina?

¿Cuándo crecerá Argentina? Se habla continuamente de la política fiscal o monetaria, como si el gobierno nacional fuera el único responsable y esos los únicos impedimentos. Creo que está claro que es el principal responsable, pero no el único. Al respecto, las provincias tienen una situación fiscal mucho mejor, al igual que muchos municipios. Es el resultado del mayor flujo de fondos de coparticipación que desde Diciembre 2015 la Nación les envía. Ese mayor flujo de fondos hacia las provincias contribuyó al deterioro de las cuentas fiscales nacionales (sin contar los “esqueletos en el placard” de la gestión anterior”).

Para solucionar un problema lo más importante es tener un diagnóstico acertado y creo que –lamentablemente- la estructura económica actual Argentina no permite mayor crecimiento. Hay gigantescos problemas macro, pero también microeconómicos. Aún cuando mágicamente el déficit fiscal desapareciera, la política monetaria fuera neutral, el Banco Central no tuviera endeudamiento y los precios de nuestras exportaciones fueran elevadísimos, lo mismo Argentina tendría dificultades para crecer.

Estas dificultades están dadas por el peso y rol del Estado en la economía. La suma del gasto público nacional, provincial y municipal es superior al 45% de la economía. Casi la mitad de todo lo que se produce tiene como destino final alguna actividad estatal. Muchas de ellas son indispensables, o muy deseables. Pero en muchos casos son clara y costosa competencia del sector privado o directamente innecesarias.

La estructura económica dificulta mover los recursos donde sean más necesarios. Los ejemplos abundan: Un profesional matriculado en una provincia tiene dificultades para ejercer en otra, mudarse para estar más cerca de oportunidades laborales es carísimo, cambiar la localización de una planta es casi imposible, y sigue la lista. Es aún más grave para quienes tienen sólo su trabajo como respaldo, ya que cambiar de empleo implica perder beneficios de antigüedad y vacaciones. Las empresas no pueden especializarse porque los impuestos de ingresos brutos son terribles, las asociaciones no funcionan porque hay solidaridad entre prestadores de servicios y contratantes y las buenas ideas no tienen financiación. No aburro con la lista de preocupaciones que tiene cualquier empresario o familia argentina, todos las conocemos.

Sin embargo ante cualquier posibilidad de modificación los afectados inmediatamente se oponen. Reducir el déficit fiscal implica que el Estado gasta menos, y quienes cobraban del Estado no estarán contentos. Reducir el déficit comercial implica exportar más y es difícil lograrlo. Reducir la pobreza implica sacrificios por parte de todos, especialmente de los afectados que deben prepararse para trabajos que insensatamente se llama de “baja calidad”, y no de baja productividad.

Claro que hay ejemplos de éxito de muchas empresas, pero no son generalizados. Esos ejemplos implican haber entendido cómo funciona el mundo: agilidad para satisfacer al cliente, dar mejor calidad que ayer y menos que mañana, no esperar a que surja la competencia para mejorar los propios procesos. Ya sé que no es fácil, no todos pueden, la máquina de impedir está siempre prendida. Las empresas pueden estar quietas por poco tiempo porque de lo contrario desaparecerán y es evidente que muchas empresas están hoy en terrible situación. Por eso modificar la estructura económica argentina, dándole mayor agilidad, es indispensable.

Queda lindo en campaña prometer crecimiento. El gobierno espera crecer antes que termine 2019, y los restantes candidatos prometen mieles y rosas si son elegidos. Seguramente habrá alguna combinación de política fiscal y monetaria, más los millones del FMI, que permitan que la economía se recupere ligeramente. Pero será insuficiente, a menos que reduzcamos el peso de todos los niveles de gobierno y simultáneamente permitamos que la gente trabaje donde quiera y cómo mejor pueda.