Pornografía infantil: a propósito del caso Russo en el Hospital Garrahan

La noticia que un jefe de servicio el Hospital Garrahan sea acusado y detenido por “integrar una red de tenencia, producción y distribución de pornografía infantil”, prende las alarmas sobre la vulneración de derechos de niños, niñas, adolescentes y desde dónde puede pensarse una protección.

Esta nota intenta dar una explicación de los hechos de abuso, que no son individuales, sino que responden a modos de relacionarse que promueve y refuerza este sistema capitalista y patriarcal, junto al Estado y sus instituciones. Algo que queda a la vista, por ejemplo, en salidas como la que proponen desde el punitivismo pensado como modo de prevención, pero que además siempre actúa a posteriori, sobre los hechos consumados.

Como señala la psicoanalista Inés Hercovich al hablar de la violación sexual, cuando resuena un hecho tan repudiable como éste, y con tanta repercusión, en la sociedad suelen sucederse diferentes etapas o respuestas predominantes: la primera se relaciona con el estupor ante la noticia del hecho aberrante, con el asombro y la pregunta sobre cómo sucedió, y prima la búsqueda de explicaciones que permitan racionalizar y ponerle nombre a esos hechos.

Sin embargo, estos hechos no son aislados ni excepcionales, son más bien situaciones que suceden a diario. La fiscal interviniente en el caso que nos ocupa, habla por ejemplo de dos arrestos por semana relacionados con la producción y distribución de pornografía infantil. Y a ello habría que sumarle las miles de causas que se producen por abuso infantil (ya que no existen estadísticas oficiales que permitan tomar la magnitud de lo que se está hablando).

Por un lado, encontramos que las personas que abusan, no responden a un patrón o modo de ser que sean identificables con facilidad. Hablamos de que un 90 % de los casos son realizados por varones, que suelen ser personas allegadas de las víctimas; de círculos confiables, amigos de la familia, o directamente familiares.

En el caso del médico del Garrahan, la confianza estaba puesta no sólo en el saber del médico, sino que también se proyecta a la institución. Esto hace que sea aún más difícil de imaginar que se detecten con facilidad hechos como los denunciados.

En todos los casos, lo que se produce es una ruptura de la confianza, un ejercicio de poder, de una relación desigual, donde uno es el que ejerce e impone sus propios deseos sin considerar las consecuencias que producen en la otra persona ni su voluntad o decisión.

Por un lado, hace necesario más que nunca entender la importancia que tiene la implementación de la Educación Sexual Integral (ESI) en diferentes lugares en los que se encuentran niños, niñas y adolescentes, que les permita tener estrategias para poder defenderse, y por el otro, lograr implementar protocolos de acción construidos por los usuarios y profesionales, que permitan dar una respuesta clara y correcta ante casos similares, para que no se caiga en posibles encubrimientos o se responda a los tiempos que quiere imponer la justicia o los hechos directamente no puedan ser percibidos.

Por ello, una pregunta que suelen hacernos a los psicólogos es qué se hace, cómo se actúa y cómo se le otorga a les niñes y familias herramientas para protegerse ante los abusos, sin dejar de vivir su niñez ni caer en la generalización y la desconfianza permanente, que es otra de las salidas que promueve este régimen social.

Y en ese caso la implementación eficaz y efectiva de las ESI, por personas capacitadas para poder brindar esas herramientas a niñas, niños y adolescentes, que permitan trabajar también con las familias en diferentes lugares, es una de las mejores respuestas de prevención que el Estado debería garantizar ampliamente, y no lo hace.

Garantizando la implementación en las escuelas, pero extendiéndolas también en espacios o lugares donde asiste dicha población, ya sean hospitales, donde no sólo concurren a espacios de consulta, sino que muchas veces pasan largos períodos de internación; o clubes de barrio, donde por medio de espacios lúdicos se puede abordar diferentes temas referidos a los cuidados corporales; o en las universidades y capacitaciones de todo el personal que trabaja en esas instituciones, para promover la percepción de los hechos, solo para nombrar algunos.

Espacios que permitan hablar de que hay secretos que duelen, y que no deben guardarse, que se pueden armar redes de contención, con otros adultos protectores. Que se establezcan nuevas relaciones de confianza que les permitan hablar y ser escuchados, esto se vuelve fundamental a la hora de hablar de prevención y de atención.

Ahora bien, ante un hecho que se devela como el ocurrido en el hospital, con el agravante que se conoce el caso desde hace más de 8 meses y no se tomaron las medidas de resguardo en este tiempo en pos de obtener precisión para la causa, se abre una discusión no sólo de responsabilidades, sino de la manera que sea para intervenir prontamente y evitar nuevas situaciones abusivas y para que no haya impunidad. En ello, la implementación de un protocolo que sea creado y aplicado por los familiares de pacientes y los trabajadores de la salud, que permitiría el resguardo de los niños y niñas, partiendo de estos conocimientos que mencionaba, facilitaría o ayudaría seguramente a que abra y se continúe la investigación de los hechos, sin que nadie ningún otro interés.

Pensar en intervenir en la prevención, ya sea desde aplicar la Educación Sexual Integral por un lado, y por el otro establecer protocolos en los diferentes lugares, que den herramientas para actuar ante estos hechos, hace que se corra el eje de lugar, contra la salida punitivista que plantea el Estado, como única forma, siempre tardía y sobre los hechos consumados, de abordarlo.