Vidal, en la paradoja de la lealtad

No fue un focus group, sino una situación real. Hace dos viernes, en Olivos, Macri recibía en un asado a militantes bonaerenses de Cambiemos que aspiran a gobernar municipios y una dirigente del Partido de la Costa levantó la mano. Más para afirmar que para preguntar: le planteó que en los timbreos por la provincia los vecinos lo criticaban directamente a él. «Así me gusta, sin pelos en la lengua», reaccionó el Presidente y después contestó: admitió que era el momento que les estaba tocando y la exhortó a seguir trabajando, porque confiaba en que la Argentina saldría finalmente adelante. El breve diálogo compendia el problema y la estrategia de María Eugenia Vidal de aquí a octubre: ya que no anticipará las elecciones de su distrito para no perjudicar a su jefe político en la Nación, decidió ser ella misma la cara de la campaña. Volverá a exponerse. Es su única y última carta.

Empezará a jugarla este mes: le agregará a su agenda una visita semanal a casas de vecinos (venía haciendo una desde que asumió y aumentará ahora la frecuencia a dos), multiplicará sus apariciones en programas de televisión y redes y relanzará, desde la semana próxima, el programa de descuentos del 50% de los miércoles en supermercados para clientes del Banco Provincia, una iniciativa que había sido interrumpida en el peor momento de la crisis, en septiembre del año pasado, y que coincidió con su alejamiento voluntario de la mesa de decisiones de Pro. «Se cansó de que no la escucharan», explicó entonces a este diario alguien que la conoce bien.

Pero Vidal volvió últimamente a esas reuniones. Ella fue, por ejemplo, una de las que más empujaron para las medidas paliativas que el Gobierno anunció esta semana y con las que pretende atenuar el impacto de la inflación hasta las elecciones. Es una vieja prédica interna de la gobernadora: el votante siente el problema económico como propio desde el momento en que este le toca su bolsillo, y lo mismo pasa con cualquier solución. El programa está pensado día por día. Dedicará los lunes y los martes a recorrer el conurbano, al que los miércoles trasladará también las reuniones de gabinete y los jueves y los viernes viajará al interior de la provincia. No lo hace a tientas: Federico Suárez, su ministro de Asuntos Públicos, acaba de terminar de confeccionar con su referente político en la Casa Rosada, Marcos Peña, un sistema informático completo que cruza obras y necesidades en cada manzana, resultados en la última elección, encuestas personalizadas y hasta participaciones de los vecinos en redes sociales. Cloacas, electricidad, gas, asfalto, transporte, precios, obras pendientes y preferencias personales: el mapa exacto del camino bonaerense a octubre. Son las ventajas de administrar el Estado en el que se pretende competir electoralmente: la modalidad ya dio resultados entre las internas y las legislativas de 2017, y este año parece tan detallada que merece incluso el respeto y la confianza de quienes cuestionan al jefe de Gabinete y a Durán Barba. «De ganar elecciones sí que saben», admitió a LA NACION un intendente que no los quiere y que le atribuye a ese dúo de campaña la responsabilidad de que el Presidente no se haya abierto antes a negociar con otros sectores políticos.

La iniciativa de Vidal se basa más en el instinto. Pero la tiene acordada y coordinada con el gobierno nacional. Su decisión de enfrentarse con los votantes está, por ejemplo, en perfecta sintonía con el consejo que Peña les dio aquel viernes a los invitados del asado de Olivos: meterse en las conversaciones de WhatsApp, convencer por lo menos a diez votantes y entender que se necesitan paciencia y dedicación para ver resultados. Él cree que la campaña se definirá en los últimos 15 días. Son supuestos diferentes de aquellos con los que Cambiemos se encontró en 2015 porque, razona el jefe de Gabinete, más del 70% de los votantes tiene hoy acceso a la red 4G de telefonía móvil. ¿Dónde se habla de educación en la Argentina sino en «los grupos de mamis de WhatsApp»?, suele ejemplificar Peña. Esa idea de la comunicación transversal y horizontal, que desdeña las cadenas nacionales y apunta a influir no tanto en el mensaje desde un medio o red como en el reverbero de conversaciones posteriores que provoca, es lo que explica que el Presidente haya apuntalado las últimas medidas económicas con el video casero de su visita a una vecina de Olivos. «Más que la ruta nueva, el comentario del camionero beneficiado por la obra», aconseja a los dirigentes.

Son las herramientas que tiene Vidal para remontar un escenario cualitativamente distinto y cuantitativamente análogo a aquel en que derrotó a Aníbal Fernández. Es probable que esta vez tenga enfrente a un candidato a gobernador con menos índice de rechazo, pero también que vuelva a requerir por lo menos ocho puntos de corte de boleta en su favor porque en la provincia no hay segunda vuelta. Es el riesgo que aceptó con la decisión de no adelantar las elecciones. Los números que recabó en las últimas semanas deben ser interpretados en su cabal contexto: según sondeos propios, cuando se les pregunta a los bonaerenses a quién votarían en la provincia, entre un 33 y 34% contesta «a Vidal», bastante por arriba del 25% de Axel Kicillof, a quien en Pro imaginan como el más probable aspirante a la gobernación del lado de Cristina Kirchner. Sin embargo, cuando esa misma encuesta se hace en conjunto con los comicios nacionales, es decir, sin el desdoblamiento que pretendían los intendentes de Cambiemos, el resultado se da vuelta: la expresidenta tiene entre 38 y 40%, y Macri, entre 23 y 25 por ciento.

La necesidad la obligará entonces a diferenciarse del Presidente. Incluso con una retórica que puede molestar en la Casa Rosada y que vienen usando con disimulo algunos gobernadores afines, como excusarse ante los reclamos contestando que la inflación y la situación macroeconómica se combaten con decisiones de la administración central. Desde que ella aceptó unir su destino al de Macri con el argumento de que no haría nada que lo perjudicara, y así se lo explicó a fines del año pasado a sus ministros, el jefe del Estado suele agradecérselo en cada encuentro. Por ejemplo en marzo, durante una visita a La Plata en que habló después que la gobernadora ante un grupo de funcionarios bonaerenses. «Siempre es una alegría, de verdad, escucharla -le dijo al gabinete-. Con ella tengo una afinidad cien por cien en lo que pensamos». Esa lealtad, nunca puesta en duda ni dentro ni fuera de la provincia, obliga ahora a Vidal a una ironía: debe dar la cara y, al mismo tiempo, esconder la de su líder para favorecerlo. El conurbano es enrevesado hasta para evitar traiciones.