El papelón del superclásico
El espectáculo del sábado por la tarde fue bochornoso. Iba a ser la final más importante, del espectáculo deportivo más impactante del mundo. Macri había dicho que «estábamos preparados», la ministra de seguridad Patricia Bullrich redobló la apuesta. El ministro de seguridad porteño, Martín Ocampo, asintió en silencio como quien no quiere la cosa. Habían dicho que se podría jugar con público visitante. Al final no se pudo jugar ni con el público local… al menos en el día y la hora prevista.
«Es una gigantesca oportunidad para demostrar madurez, perfecto orden, respeto, armonía«, había dicho Macri. Pero no. El papelón recorrió el mundo. El tema llegó a los diarios digitales más importantes del planeta y la Argentina volvió a ser noticia por lo que somos… Lejos de lo que queremos ser.
En ese contexto, esta semana se dará en la Argentina la cumbre de líderes del G20, un espacio en el que Macri se juega uno de los pilares de su gestión: la inserción “inteligente” en el mundo. Quizás, el único logro real que puede exhibir en su primera presidencia.
Macri quería y quiere mostrarle al mundo (y a la Argentina, y a él mismo) que el país puede organizar un evento de este tipo, sin incidentes a nivel local y logrando un acuerdo a nivel global, en el que la Argentina actúe como articulador. Lo sucedido el sábado con la seguridad del superclásico, ¿pone en duda la primera parte de esa expectativa? Ahora todo está en debate…
¿Qué más puede pasar durante lo que definieron como «el evento internacional más importante de la historia argentina»?
Durante este evento además el país (Macri) va a tener la posibilidad de posicionarse como actor global, como árbitro entre –particularmente- dos potencias, que son China y Estados Unidos.
Se trata de un juego de palabras, donde la Argentina tiene que encontrar una elipsis para poder decir –sin decir- dos términos: “proteccionismo” (acusación de la que Estados Unidos no quiere ni escuchar) y “prácticas desleales”, (modismo del que China no quiere saber de nada). La gimnasia diplomática, entonces, es encontrar un camino intermedio para que todos puedan firmar un documento conjunto y sin observaciones y que posibilite que los países puedan “seguir dialogando”.
El otro punto de desacuerdo es todo lo vinculado al cambio climático y la emisión de gases. De los países del G20, Estados Unidos es el único que no firmó el Acuerdo de París, por el cual los Estados se comprometen a tomar medidas para reducir la emisión de gases de efecto invernadero. Esto fue básicamente lo que hizo dinamitar el G20 anterior, que se hizo en Alemania.
La presidencia argentina, en este caso decidió separar los temas. Por un lado se generó un área de trabajo sobre energía («transiciones energéticas») y otro sobre medio ambiente («sustentabilidad climática»). De ese modo y con alguna trampita dialéctica se pudieron concretar documentos en ambas áreas que no ofendan la sensibilidad de ninguno de los países.
El rol de Argentina en este contexto puede ser clave fundamentalmente por un motivo: no tiene intereses estratégicos de peso que lo hagan encolumnarse frente a los conflictos de un lado u otro del mostrador. O los tiene pero no mueven la balanza en el nivel global.
A diferencia de otros encuentros presididos por países más grandes, el éxito de Argentina está atado a que haya documento final por encima de sus propios intereses. Para eso es lo que está trabajando el país.
El trabajo estuvo a cargo fundamentlamente de Pedro Villagra Delgado (Sherpa, o delegado del Presidente Macri) y Laura Jaitman (Deputie de finanzas o delegada de Dujovne). Ambos hicieron un trabajo quirúrgico para limar todas las asperezas entre los países miembro, intentando ceder lo más posible a los requerimientos de cada uno de los países.
El trabajo implicó en los últimos tiempos que ambos estuvieran casi sin dormir. Deben coordinar agendas con múltiples husos horarios y tener en cuenta las múltiples culturas, lo cual le agrega cierta complejidad a las negociaciones.
Las máximas autoridades del G20 por parte de la Argentina se muestran esperanzados de que pueda haber un documento conjunto, aunque saben que la palabra final no depende de ellos: el humor con que se levante Donald Trump ese día puede girar para un lado o para el otro la negociación. El trabajo, dicen los especialistas, fue correcto y de hecho hubo documentos conjuntos en todas las áreas de trabajo.
Lo que va a pasar el fin de semana que viene es que los Presidentes tienen que hacer la rúbrica final.
Pero más allá de la formalidad del G20, el encuentro tendrá otro correlato: va a posibilitar que Macri se junte en reuniones bilaterales con los mandatarios de los principales países del mundo.
Además, colateralmente al G20 vendrán grupos empresarios y de organismos de crédito. Durante la semana, se esperanzan fuentes oficiales, se concretarían importantes anuncios de inversión por parte de los principales países.
¿Cuál será el impacto real que le traerá a la Argentina la organización de esta cumbre? Fundamentalmente le da la experiencia de haber coordinado un foro internacional del primer nivel, pone al país en un lugar central en el mundo al menos durante una semana y logra constituirse como vocero de los países emergentes, en un contexto internacional de extremada volatilidad.
Los últimos encuentros internacionales que congregaron a las grandes potencias del mundo terminaron fracasando. Si la Argentina logra que el foro que se organizó en este país sea la excepción a la regla de lo que sucedió el resto del año, logrará posicionarse nuevamente en la vidriera del mundo.
¿En qué medida podrá aprovechar esto para mejorar sus relaciones internacionales y lograr una reinserción duradera en el mundo? Esa respuesta es parte de otro capítulo que excede a la alta diplomacia internacional.
En menos de una semana, la Argentina tenía la oportunidad de mostrarse al mundo en dos eventos únicos. En el primero fracasó; ahora viene la segunda oportunidad. ¿Podrá dejar una mejor imagen?