Crecen la estigmatización y la discriminación
Las consecuencias sanitarias de la pandemia de coronavirus, son por todos conocidas y mantienen a la humanidad en alarma constante. La amenaza despertó en paralelo nuevas formas de ver la vida y hasta replantear la organización social, los usos y costumbres. Muchas voces suenan al unísono desde todos los rincones del planeta: “Después de esto, nada será igual”.
Y así como surgen gestos humanitarios y heroicos de quienes están en la primera línea de lucha contra la enfermedad, y de los que ofrecen lo mejor de sí para ayudar a los más vulnerables y necesitados; el coronavirus despierta, además, sentimientos mezquinos, oscuros y hasta irracionales. La estigmatización y la discriminación, comienzan a hacerse escuchar. “Si estaban afuera, que se queden afuera (y que allí suceda lo inevitable, si es necesario)”, sentencian muchos por aquí. Argentina ya no es para los argentinos, sino para los que quedaron adentro.
Las medidas preventivas deben cumplirse a rajatablas, de eso no hay dudas ni es un tema que merezca discusión alguna, pero la persecución y la “cacería de brujas” no hace más que agravar la ya difícil situación.
Pesa hoy sobre los repatriados, que nunca dejaron de ser ciudadanos de este bendito país, el escarnio y la condena social. Los malos ejemplos de los irresponsables que hicieron caso omiso a los protocolos, hicieron mella en todo un universo de compatriotas que, por una u otra razón, se encontraban fuera del país al momento de decretarse el aislamiento total.
“No todos estábamos de vacaciones”, aseguró un joven salteño quien aún se encuentra en Europa donde realizaba una especialización médica, precisamente para retornar a su provincia y brindar un servicio de calidad a sectores muy vulnerables de nuestra sociedad. Esta historia es también la de miles de estudiantes, trabajadores y profesionales, que con mucho esfuerzo viajaron hacia otros puntos del planeta para seguir formándose y desarrollándose, y a quienes la pandemia los sorprendió de la misma manera que a los que no se movieron del país y de la provincia. Hay hijos, padres, hermanos, parejas esperando de este lado de la frontera, para quienes cada día que pasa incrementa aún más el dolor.
Hoy, ese universo de “compatriotas” está varado en lugares lejanos, enfrentando una amenaza mortal, en muchos casos sin recursos para sostenerse y por sobre todo, soportando el “destierro” y el rechazo social. La cuestión debería ser más simple y racional. Todos los argentinos y salteños no solo deben tener la posibilidad de regresar, sino que tienen el derecho de hacerlo bajo controles estrictos y siguiendo los protocolos de rigor. De eso no hay dudas. Puesto que la salud dejó de ser un bien individual, para pasar a ser colectivo. Que el crecimiento que en muchos aspectos está significando esta crisis, se traduzca también en gestos de humanidad y comprensión.