Wall Street capea una recesión más grande que la Gran Recesión
La recesión del coronavirus –o el ajuste pandémico– será más grande que la Gran Recesión de 2008-2009. Diez millones de puestos de trabajo se hicieron trizas en quince días a juzgar por los pedidos de subsidios de desempleo. La poda no acabó ni tiene antecedentes.
El informe laboral de marzo acusó una pérdida neta de 701 mil puestos, pero eso fue antes, la semana que incluyó al día 12. Y lo peor está por venir. Abril estará marcado a fuego con la pandemia desatada, el sistema de salud desbordado y un mayor celo en el distanciamiento. No habrá pronta resurrección. La buena noticia es que las medidas de aislamiento funcionan –los nuevos contagios caen en Italia y España- pero requieren una distancia de frenado considerable. Y no se podrá relajarlas antes de fines de mayo o en junio si se quiere dominar la peste. La Universidad de Washington proyecta 94 mil muertes en los cuatro meses hasta agosto. El presidente Trump baraja una estimación propia de entre 100 mil y 240 mil que sin restricciones de movilidad podrían ser 1,5 millón o 2,2 millones. Así, Estados Unidos no tiene mejor defensa que encerrarse bajo llave.
Wall Street ya se aferró a su propio respirador. Pari passu con los millones de empleos que la crisis dilapidó en un abrir y cerrar de ojos, la Fed soltó su hoja de balance. Infló el crédito primario 24,6% en dos semanas y salió al cruce. El banco central establece la tasa de sus líneas de asistencia, y a esa tasa, la demanda se lleva toda la cantidad que desee (los topes de las nuevas facilidades ad hoc están lejos de agotarse). ¿Cuánta base monetaria tuvo que poner sobre la mesa? Entre el 18 de marzo y el 1 de abril: 1,1 billones de dólares. Nada más oportuno que la decisión de la Fed de ponerle el pecho a la deuda corporativa de calidad. ¿Y cuántos dólares debió gastar en la cruzada? Ni uno. Alcanzó con el anuncio. Mientras la expansión cuantitativa, la compra de bonos del Tesoro (y agencias), explica 60% de la creación de base, y la provisión de dólares a bancos centrales extranjeros a través de swaps cambiarios otro 30%, los préstamos de la entidad –redescuentos a bancos y asistencia a dealers primarios y fondos de money market– consumieron sólo el 10% remanente pero reforzaron la infraestructura de mercados y de pagos de manera muy convincente. La templanza de Wall Street ante la debacle de la salud y la economía, y que hasta se atreva a un rally, es la prueba cabal.
Estrés financiero
A esta altura, las diferencias con la crisis de Lehman son nítidas. Ya se dijo: la recesión es súbita y más profunda. Pero, aleluya, no existe una crisis bancaria. Basilea III, Dodds-Frank y la regulación macroprudencial soportaron el embate. Los bancos tienen capital y liquidez que ahora que el ciclo se tornó adverso pueden liberar. Bingo. Nunca vimos algo así. El estrés financiero abunda pero anida (a) en la financiación vía mercado de capitales que proveen las instituciones no-bancos (compañías de seguros, fondos de inversión y de pensiones y otros inversores institucionales), (b) en las corporaciones no financieras, con dos áreas muy expuestas al shock, las pequeñas y medianas empresas y las cadenas globales de valor, (c) en los soberanos (nacionales y subnacionales) y (d) en los hogares, con millones de personas que pierden sus trabajos o funden sus microemprendimientos. Las exigencias de mayor capital sacaron a los bancos de negocios que tomaron los no-bancos. Con seguir la pista de los incendios que debió apagar la Fed se sabe cómo los fondearon. Allí están los trastornos: repo, commercial papers, deuda de todo pelaje, descalce de monedas. ¿Cuál es el problema práctico? Que los bancos centrales no tienen relación directa con esos jugadores y los bancos, a pesar del relax regulatorio circunstancial, podrían ser reacios a servir de puente. Quizás la Fed, con el capital de riesgo del Tesoro, tenga que ocuparse de construir la última milla y operar la conexión. ¿Cuán grave comparado con la crisis de Lehman? Mucho menos contestan los bríos de la Bolsa, que no son infalibles. ¿Y si el virus no cede? Las quiebras son nubarrones cargados de piedra, aunque todavía no granice. Alejarlos requerirá fuertes vientos de recuperación que la cuarentena impide. Allí espera la próxima tormenta.