Italia y el coronavirus
Italia y el coronavirus: cómo pasó de paria mundial a posible modelo de éxito
El país europeo pasó de ser el centro de la pandemia, con miles de contagios y muertes en marzo y abril, a tener la enfermedad contenida y estar hoy en mejor situación que sus vecinos europeos
Cuando el coronavirus se desató en Occidente, Italia era el epicentro dantesco, un lugar que debía evitarse a toda costa y, para Estados Unidos y gran parte de Europa, sinónimo de una infección descontrolada.
“Miren lo que está pasando en Italia”, dijo el presidente estadounidense, Donald Trump, a unos periodistas el 17 de marzo. “No queremos estar en una situación como esa”. Joe Biden, el presunto candidato demócrata, se refirió a los hospitales saturados de Italia como prueba de su oposición a “Medicare para todos” en un debate presidencial. “Ahora no le está funcionando a Italia”, dijo.
Unos meses después, Estados Unidos ha sufrido decenas de miles de muertes más que cualquier otro país en el mundo. Las naciones europeas que en algún momento contemplaron a Italia con desdén ahora se enfrentan a nuevos brotes. Algunas están imponiendo restricciones nuevas y sopesando si deberían decretar otro confinamiento.
El viernes, el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, anunció que habría un retraso en el relajamiento de restricciones que se había planeado, pues la tasa de infección de ese país ha aumentado. Incluso Alemania, un país elogiado por su respuesta eficiente y rigurosidad al rastrear contactos, advirtió a su población que un comportamiento negligente está provocando un repunte en el número de casos.
¿Y qué pasa con Italia? En sus hospitales casi no hay pacientes de COVID-19. Las muertes diarias atribuidas al virus en Lombardía, la región septentrional que más padeció la pandemia, son alrededor de cero. El número de casos diarios ha descendido drásticamente y es “uno de los más bajos de Europa y el mundo”, dijo Giovanni Rezza, director del Departamento de Enfermedades Infecciosas en el Instituto Nacional de Salud de dicho país. “Hemos sido muy prudentes”, afirmó.
Y afortunados. Hoy, a pesar de un ligerísimo aumento en el número de casos la semana pasada, los italianos tienen un optimismo modesto de que han controlado el virus, a pesar de que los principales expertos de salud en el país advierten que la complacencia sigue siendo el detonador de la pandemia. Están conscientes de que el panorama podría cambiar en cualquier momento.
La manera en que Italia ha pasado de ser un paria global a un modelo, si bien imperfecto, de la contención de un virus, es materia de estudio para el resto del mundo, incluyendo Estados Unidos, donde el coronavirus, que nunca ha estado controlado, ahora causa estragos en todo el país.
Tras un inicio dificultoso, Italia ha consolidado, o al menos conservado, los frutos de un confinamiento estricto a nivel nacional, los cuales obtuvo gracias a una mezcla de vigilancia y competencia médica adquirida con gran pesar.
Comités científicos y técnicos han guiado al gobierno. Los médicos locales, hospitales y autoridades de salud cada día reúnen más de veinte indicadores del virus y los envían a las autoridades regionales, quienes a su vez los mandan al Instituto Nacional de Salud.
El resultado es una radiografía semanal de la salud del país, en la que se basan las decisiones para implementar políticas. Eso está muy lejos del estado de pánico cercano al colapso que asoló a Italia en marzo.
La semana pasada, el Parlamento votó para extender los poderes de emergencia del gobierno hasta el 15 de octubre, después de que el primer ministro Giuseppe Conte argumentara que la nación no podía bajar la guardia “porque el virus sigue circulando”.
Esos poderes permiten que el gobierno mantenga las restricciones y responda a la brevedad (incluso con confinamientos) a nuevos brotes. El gobierno de Italia ya impuso restricciones para viajes procedentes de aproximadamente quince países, pues ahora el principal temor del gobierno es la importación del virus.
“Hay muchas situaciones en Francia, España, los Balcanes, lo que significa que el virus no está en absoluto acabado”, dijo Ranieri Guerra, subdirector general de iniciativas estratégicas de la Organización Mundial de la Salud y médico italiano. “Podría volver en cualquier momento”.
No hay duda de que las privaciones del encierro fueron costosas para la economía. Durante tres meses, se ordenó el cierre de negocios y restaurantes, el desplazamiento estuvo muy restringido (incluso entre regiones, pueblos y calles) y el turismo se detuvo. Se espera que Italia pierda alrededor del 10 por ciento de su producto interno bruto este año.
Pero, en un cierto punto, cuando el virus amenazaba con propagarse de manera descontrolada, las autoridades italianas decidieron anteponer la vida de las personas a la economía. “La salud de los italianos está antes y así será siempre”, dijo Conte en ese momento.
Las autoridades italianas ahora esperan que lo peor del virus les haya tocado en una sola dosis grandota (con aquel doloroso confinamiento) y que el país ahora esté a salvo para retomar su vida normal, aunque con limitaciones. Sostienen que la única manera de reactivar la economía es seguir reprimiendo el virus cada vez que aparezca, incluso ahora.
Esta estrategia de cerrar completamente recibió críticas de que la precaución excesiva del gobierno estaba paralizando la economía. Pero a la larga quizá resulte más provechoso que intentar reabrir la economía mientras el virus sigue devorando todo, como está sucediendo en países como Estados Unidos, Brasil y México.
Como en otras partes del mundo, eso no significa que las exhortaciones a la vigilancia continua hayan sido inmunes a la burla, la resistencia y la exasperación. En eso, Italia no difiere de los demás.
Los cubrebocas a menudo brillan por su ausencia o la gente se los quita en los trenes o autobuses, donde son obligatorios. Los jóvenes salen y hacen las cosas que hacen los jóvenes, y de esa manera se arriesgan a propagar el virus a los sectores más susceptibles de la población. Los adultos comenzaron a reunirse en la playa y en parrilladas de cumpleaños. Todavía no hay un plan claro para el regreso a la escuela en septiembre.
Además hay un floreciente y políticamente motivado contingente antimascarillas liderado por el nacionalista Matteo Salvini, quien el 27 de julio declaró que remplazar los apretones de manos y abrazos por los choques de codos era “el fin de la especie humana”.