A un año del establecimiento del ASPO

Con el récord de casi 150 mil dosis aplicadas en un día, en la Casa Rosada se esperanzan con encarar el postergado camino de la recuperación económica.

El próximo 20 de marzo se cumplirá un año desde que el gobierno de Alberto Fernández decretó el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO) con la esperanza de morigerar el avance de la pandemia de coronavirus Covid-19 en el país y así preparar el más que deteriorado sistema de Salud para poder dar respuesta al desafío que se avecinaba.

Las imágenes que llegaban desde países como España, Italia, Francia o Inglaterra pusieron en alerta a las autoridades locales. Si los sistemas sanitarios de esos países habían colapsado ante el vertiginoso ritmo con el que crecían los contagios de Covid-19, nada bueno podía anticiparse para la Argentina.

Fue así como el Gobierno tomó la drástica decisión de «cerrar el país». Las urgencias económicas heredadas de la gestión de Mauricio Macri pasaron a un segundo plano frente al desafío sanitario que se avecinaba. A partir de ahí todo cambió. Y a tal punto cambió que a poco de andar el ASPO se tuvo que dejar de hablar de un eventual retorno a «la normalidad». El horizonte venturoso que abrazamos en los meses de confinamiento pasó a ser la «nueva normalidad». Ya nada volvería a ser igual.

Cuarentena, barbijos, tapabocas, alcohol en gel, grupo de riesgo, trabajadores esenciales y exceptuados, hisopados, OMS, Wuhan, IFE, ATP, negacionistas y anticuarentenas, home office, Zoom, clases virtuales, presencialidad, protocolos, Sputnik V, The Lancet y muchas palabras más pasaron casi de la noche a la mañana a formar parte del léxico de todos los días de los argentinos.

El ASPO unió en la distancia. Cada argentino, guardando cuarentena, se sintió sin embargo más cerca ante la conciencia de que era necesario que todos tiraran para el mismo lado. La grieta que había dividido a la sociedad y la política durante antes pareció por un momento desaparecer. El consenso, apoyo y trabajo en común de sectores que hasta poco antes parecían irreconciliables marcaron sin embargo la respuesta frente a la pandemia.

Sin embargo, ni la emergencia sanitaria que significó la pandemia pudo escapar a la lógica de la grieta. Y cuando los sondeos de opinión comenzaron a reflejar el lógico desgaste por la cuarentena, los apoyos antes recibido comenzaron a desaparecer tan rápido como habían llegado.

El respaldo que cosechó la temprana decisión del Gobierno de adoptar medidas que le dieran tiempo para recomponer el sistema sanitario luego de años de abandono fue tan abrumador como efímero. A medida que las inevitables consecuencias económicas de la pandemia comenzaron a sentirse y las lógicas necesidades de quienes las padecieron comenzaron a relegar a un segundo plano las urgencias sanitarias, los «anticuarentena» comenzaron a ganar espacio en las calles pero también en un sector de la oposición.

Más pronto que tarde se comenzó a instalar una falsa dicotomía entre Salud o Economía. La experiencia global demostró sin embargo que no importó la estrategia que se adoptara para tratar con la pandemia, la economía no podía ser salvada. A lo más que se podía aspirar era a atenuar la caída. Pero la caída era inevitable. Al final del día el balance sobre lo hecho o lo que no realizado se calculó en vidas humanas.

Brasil y Estados Unidos, con Jair Bolsonaro y Donald Trump a la cabeza renegaron de cualquier medida restrictiva en pos de salvar sus economías y hasta se convirtieron abiertamente en activistas anticuarentena. No sólo no lograron evitar el derrumbe de sus economías, también reúnen entre ambos países más de 800 mil muertos por coronavirus Covid-19, casi un tercio de los decesos registrados a nivel global.

El cansancio por las restricciones y las consecuencias económicas por la pandemia comenzaron de a poco a esmerilar el apoyo a la estrategia adoptada por el Gobierno. A la luz del cambio de humor que reflejaban las encuestas también se fue radicalizando el discurso de un sector de la oposición. A tal punto se radicalizó que Alberto Fernández reveló que el ex presidente Mauricio Macri le deslizó en una conversación que era necesario que se murieran «los que se tengan que morir» con tal de salvar la economía.

Para atajar la caída de la economía el Gobierno desplegó una batería de medidas que ayudó a amortiguar el golpe. No lo evitó. El desempleo aumentó, la pobreza creció, la actividad económica se derrumbó. Todos los indicadores económicos dejan en evidencia que la pandemia vino a profundizar la crisis económica que legó el gobierno de Macri al de Alberto Fernández. Lejos del exitismo sin embargo las estadísticas demuestran al mismo tiempo que las medidas desplegadas sí lograron acolchonaron la caída. Pero no fue suficiente.

Todo, absolutamente todo lo vinculado con la emergencia sanitaria fue fagocitado por la grieta. Ni la decisión política de convertir a la Argentina en uno de los primeros países del mundo en asegurarse la provisión de la primera vacuna contra el coronavirus Covid-19, la Sputnik V, logró sortear la grieta política. La referente de la Coalición Cívica y de Juntos por el Cambio, Elisa Carrió, denunció al Gobierno por «intentar envenenar a los argentinos». Y hasta la ensayista Beatriz Sarlo cayó en la trampa de la grieta. Denunció ante los medios que le habían ofrecido vacunarse «por debajo de la mesa», pero tuvo luego que desdecirse ante la Justicia y admitir que había sido invitada a participar de una campaña pública de concientización sobre la necesidad de vacunarse contra el coronavirus. Nada más alejado de una propuesta indecente.

La campaña de desinformación no es inocua ni inocente. Este viernes un enfermero de 51 años de la Unidad de Pronta Atención (UPA) de Los Hornos murió tras contagiarse de coronavirus. Había tenido la posibilidad de vacunarse y no lo hizo, según le explicó a su compañeros de ese centro de Salud porque «prefería esperar», tenía dudas porque «no había muchas explicaciones» sobre la Sputnik V. Guillermo Ramos, uno de los médicos clínicos de esa misma UPA contó que lo que le pasó a su compañero «fue por miedo, por la desinformación que se creó. Tuvimos también una compañera no quería vacunarse porque pensaba que iba a quedar estéril. Al final se terminó vacunando».

«Lo que nos limitó no fue el acceso a la vacuna sino la campaña de desinformación que se hizo que hasta hoy haya gente que no se quiera vacunar», sentenció Ramos.

Ahora con más de dos millones de vacunas aplicadas, con la aceleración en el ritmo de vacunación diaria y superado el escándalo de la «Vacunación VIP» que ensució quizás la política más importante desplegada por el Gobierno a lo largo de su primer año de gestión, todas las esperanzas están puestas en que se pueda evitar la segunda ola de contagios de modo de no tener que apelar a nuevas restricciones y poder encarar finalmente el postergado camino de la reactivación económica.