El sopapo electoral de la realidad

Se vino, nomás, el peronazo. Lo merecían.


¿Y qué esperaban? Vivían, pontificaban, sobraban desde un frasco.
Convencidos de la superioridad moral sobre sus adversarios “que se habían robado un PBI”.

Fortalecidos por la sabiduría imbatible de la “big data”. Por la eficiencia inapelable de las segmentaciones.


Se compraron los espejitos brillantes que vendían, hasta agotarlos.
Se dieron la suficiente manija como para creer que de verdad combatían a las mafias, que le ganaban el combate al narcotráfico.


Que por la admirable recepción que tuvo Mauricio, El Ángel Exterminador, en el escenario mundial, se habían integrado.


Nos tenían en cuenta, sonreía Merkel cuando se fotografiaba con el Ángel y Macron lo invitaba a comer.


Lo probaba el auxilio irresponsable del Fondo Monetario Internacional.
Fue más a un gobierno (que dilapidaba los fondos) que a un país. Al que se ayudaba a enterrar.

La realidad acaba de estamparles un sopapo electoral.
Los patrióticos muchachos nucleados en el Colectivo Cambiemos, hoy Juntos por el Cambio, sostuvieron la pausa histórica del Tercer Gobierno Radical, que aún preside Mauricio Macri, El Ángel Exterminador.


Tenían intenciones fundacionales de “dejar al pasado atrás”.
Al contrario, con la insustancial y catastrófica vulgaridad del presente que proponían, lograron que aquel pasado se mitificara.


Que comparativamente fuera un pasado ideal, casi feliz.
Con dignidad moral y calorías, con mejor calidad de vida y con una incierta noción de la equidad.

Con el derecho al esparcimiento y a los viajes, en el marco de una Revolución Imaginaria que aún asusta a los incautos que suponen controlar la ficción de “los mercados”.

El sopapo electoral de la realidad es también para los improvisados que presiden estados vecinos.
Como Chile, o el inagotable Brasil. Ambos manejados por estadistas a la bartola que cultivan la geopolítica del seguidismo a los Estados Unidos.


Momios brutales que desconocen hasta el arte de hacer un buen golpe de estado.
Bocetos de jerarcas que se inmiscuyeron, sin la diplomacia elemental, en los asuntos internos del país vecino. La Argentina que no terminan de entender.

Son estados que se merecen, en cierto modo, la exportación ideológica del peronismo, considerado erróneamente un mal.


Un fenómeno pragmático que es algo más que un movimiento político o una cultura. Para Argentina es un destino.


Legitimado por todos los antiperonistas categóricos que se cargan de previsible rencor al leer esta teoría.


Ellos, los momios, son los que facilitan la re-significación, y la vigencia estratégica, de esa cultura-destino.


Para completar el breviario del texto, el sopapo es también para los incompetentes que deciden en los grandes medios de comunicación.


Los que se dedicaron pacientemente al horror del periodismo de combate. Militancia del peor estilo destructor.


Sin caer en el efectismo de la exageración, se los puede calificar como los “6,7,8 del macrismo”.
Prestigiosos columnistas banalizaron sus admirables trayectorias en la destrucción del peronismo que hoy les vuelve a ganar.


Se les brinda la penúltima lección. Por haber orientado tan mal a la sociedad que imperdonablemente subestimaron.


Y por suplir, con sus textos, las argumentaciones que no sabían recitar los políticos cargados de slogans que apoyaban.


Tenía razón el poderoso ejecutivo de medios cuando le dijo a una figura principal del TGR:
“A ver si se ponen las pilas, si se les ocurre alguna idea porque la campaña, hasta aquí, la hacemos nosotros”.

“Si perdemos por más de 5 puntos -dijo la Garganta- a Marcos Peña tendremos que fusilarlo”.
Cuando Marcos Peña, El Pibe de Oro, concedió, y aceptó que debía abandonarse el aislamiento de la ejemplaridad, ya era tarde.


Había fulminado, inútilmente, a Emilio Monzó, El Diseñador, que tenía en el horizonte la nimiedad de una embajada.


Y hasta lo habían vaciado de contenido a Rogelio Frigerio, El Tapir, que calculaba las horas para aliviarse en un carguito de Washington.


Pero Mauricio se hundía en la ciénaga de las encuestas.
Desde el malditismo del “círculo rojo” reclamaban, a los gritos, que lo instalaran en cuarteles de invierno. Que lo suplieran, en la candidatura, por la señora María Eugenia, Sor Vidal, La Chica de Flores de Girondo.


Si continuaban con la ejemplaridad del frasco podían sepultarse solos.
Debían entonces ser escuchados aquellos que se evitaba. Por ser «portadores de malas ondas».
A los que Mauricio, de entrada, les decía: “Si venís a criticarme a Marcos por favor callate, no digas nada”.


Los portadores de malas ondas prefirieron, entonces, convencerlo a Marcos, que en la marea baja se atrevía a escuchar.


“No podemos pelearnos al mismo tiempo con el peronismo, con los sindicatos, con los empresarios, con la Iglesia”.


Aún era probable que los tres (Mauricio, Sor Vidal y Horacio, El Geniol) reeligieran. Pero debían reaccionar, negociar con los factores de poder y convertirlos en aliados.

“No podemos valer sólo porque la alternativa es peor, así no vamos a ganarle a nadie”.
Pero ya era tarde. Respiraron un poco con la llegada de Pichetto, El Lepenito, que les trajo versos, y peronistas audaces de la tercera edad.


Pero el boleto estaba picado. Se les venía la noche y no se daban cuenta. Aguardaban la infalibilidad de Marcos y de Jaime Durán Barba, El Equeco.


Cambiar, tal vez, era más riesgoso que continuar en la ejemplaridad del frasco.
Con actos emotivos entre funcionarios, con un Mauricio entonado que los arengaba.


Entre ellos se daban ánimo. Como los trotskistas de Posadas. Eran 200 pero bien sectarios, se suponían en las puertas de la revolución proletaria.


Permanece firme, hasta hoy, en el Ángel, el mérito de ser el único presidente no peronista que termina en democracia su mandato.


Es el único mérito, en realidad. Hay que ayudarlo, desde hoy, para alcanzar la epopeya de concretarlo.