Las razones detrás de la interna entre Alberto y Cristina

El año pasado se quebró el pacto implícito entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Las condiciones de la unidad y los riesgos de postergar

Ninguno de los dos quiere quedar en la historia como el responsable de una ruptura cuyas consecuencias no alcanzan a preverse pero se intuyen masivas. Las manifestaciones en pos de la unidad del Frente de Todos, como la que hicieron anoche un nutrido grupo de intendentes de los partidos más populosos que gobierna el peronismo en el Conurbano, no hacen más que ratificar el costo político que tendrá hacerse cargo del divorcio.

Cuesta encontrar, sin embargo, a esta altura, en los círculos más estrechos alrededor de Alberto Fernández y Cristina Kirchner, dirigentes que apuesten por la continuidad en el mediano plazo del Frente de Todos y, más todavía, que crean en ella. El acuerdo con el FMI no es la diferencia más profunda entre ambos espacios, solamente la más pública. Debajo de la superficie asoman proyectos incompatibles.

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El problema de fondo, en todo caso, es que en los últimos meses se rompió el sistema de división de trabajo implícito en la fórmula Fernández – Fernández. Se escribió en estas mismas coordenadas, hace casi dos años, cuando comenzaba la experiencia del Frente de Todos: en el reparto, al presidente le tocaba la gestión y a la vice la estrategia, uno se encargaba de que el motor funcionara y la otra de marcar las coordenadas de destino.

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Los dos motivos de la pelea entre Alberto y Cristina

Este pacto silencioso tuvo dos quiebres a finales del año pasado. El primero fue en septiembre. La derrota en las PASO, para CFK, confirmaba las sospechas que venía ventilando con sus interlocutores en la previa. Los problemas en la gestión ponían en riesgo la estrategia; las limitaciones del gobierno licuaban el caudal electoral del peronismo, comprometiendo el largo plazo que quería construir la vice.

El problema de fondo, en todo caso, es que en los últimos meses se rompió el sistema de división de trabajo implícito en la fórmula Fernández – Fernández.

La segunda fue un par de meses más tarde. Cuando Alberto Fernández anunció, el 17 de noviembre en Plaza de Mayo, que en 2023 todas las candidaturas del Frente de Todos se irían a dirimir a través de primarias, lo que interpretaron en el Instituto Patria fue que se trataba sobre una intrusión en el área de influencia de su socia, la construcción del largo plazo. Un recorte al poder que tenía (¿tiene?) dentro de la coalición la lapicera de CFK.

Esta lectura permite entender mejor el conflicto y cuáles son las condiciones de ambas partes para desescalar. Como suele suceder, antes de sentarse a la mesa, las condiciones de cada uno pueden parecer inaceptables para el otro. Ninguno se encuentra en una condición cómoda para ponerse firme; eso también ayuda a que se postergue un quiebre que la mayoría descuenta. Acechan peligros más acuciantes.

Cerca de la vicepresidenta le ponen nombre y apellido a la prenda de paz: Martín Guzmán. En general ella deja constancia de sus condiciones. En septiembre, la carta que publicó después de las primarias las indicaba al detalle, con nombre y apellido. Juan Pablo Biondi dejó la vocería presidencial y Juan Manzur asumió como jefe de Gabinete en lugar de Santiago Cafiero después de que ella lo pidiera por escrito y públicamente.

Esta vez no hubo carta (y su gente jura que no va a haber), pero el mensaje que el senador Oscar Parrilli insertó en el acta de la sesión que trató el acuerdo con el Fondo fue escrito a cuatro manos y así debe leerse. Allí, los autores proponen explícitamente “cambiar la tripulación” y adjetiva duramente al ministro de Economía. El mensaje de la vicepresidenta resulta fuerte y claro: quiere voz y voto en la discusión por los números.

La segunda condición es todavía más difícil, aunque su resolución puede procrastinarse, algo que a este gobierno le sale de mil maravillas. Ella no quiere que él busque la reelección en 2023 y pretende conservar la acción de oro cuando llegue el momento de tomar definiciones. La aceptación de esa cláusula significaría, por supuesto una capitulación completa del presidente.

Lejos de ese ánimo, Fernández busca ratificar su autoridad sosteniendo a su equipo e insistiendo con las PASO, como sostuvo ayer en una entrevista con El Destape Radio. Sabe que es su turno pero decide dilatar la jugada o la terciariza en algunos de sus colaboradores más políticos. Habla de unidad pero no parece dispuesto a que se construya sobre su autonomía. La pregunta, en todo caso, es cuánto margen tiene.

O, en otras palabras, cuáles son las otras posibilidades. Como a la hora de negociar con el FMI, el presidente debe elegir entre opciones malas para él, al borde del abismo. El acuerdo con el Fondo llega en tiempo cumplido, con la soga al cuello. Sería deseable no llegar otra vez a esa instancia. La procrastinación como herramienta política tiene un límite. Es imprescindible que sea claro a la hora de distinguir entre lo que posterga y lo que nunca va a hacer.