Monzó volvió a reivindicar la política y le tiró palos a Peña y a su marketing
El presidente de la Cámara de Diputados Emilio Monzó volvió a reivindicar la rosca política y criticó el extremismo que plantea la «nueva política»: «Reemplazar la rosca por los manuales de instrucciones sería tan peligroso como cambiar la política por el marketing».
Sin nombrar al jefe de Gabinete Marcos Peña pero ya conocidas las diferencias que mantienen Emilio Monzó reprochó que «nadie de la Casa Rosada llamó para felicitarme por la aprobación del Presupuesto».
«La política es diálogo, es confianza, es capacidad de escucha, es convivencia y familiaridad con lo diferente. La política es, esencialmente, un ejercicio de sensibilidad hacia el otro y de comprensión de realidades diversas. A todo eso contribuye lo que suele llamarse la ‘rosca’; muchas veces despreciada y asimilada con la oscuridad o la politiquería.
Si la ‘rosca política’ es el encuentro entre dirigentes de diversos espacios, si es la inversión de tiempo para generar confianza y achicar distancias, deberíamos admitir, entonces, que es un formidable lubricante para aceitar los mecanismos de la buena política.
Se ha alimentado, más por especulación marketinera que por vocación transformadora, una grieta entre la ‘vieja’ y la ‘nueva’ política, como si lo viejo estuviera siempre teñido de vicios y lo nuevo fuera invariablemente puro y refrescante. Puede funcionar en el plano de las frases efectistas y de las imágenes simplonas, pero no parece más que un truco de los vendedores de eslóganes.
Desde esa perspectiva, la ‘rosca’ ha quedado como un símbolo de la ‘vieja política’. Y no es la única herramienta que ha sido condenada con la misma ligereza.
En un tiempo en el que el debate público tiende a seguir el ritmo y los espasmos de las redes sociales, y en el que la política se asocia cada vez más a las reglas y los códigos del show y el espectáculo, quizá valga la pena valorar aquellas antiguas y nobles herramientas que ayudan a cultivar los mejores valores del accionar dirigencial.
Es tan nocivo que la política se encierre en sí misma como que reniegue de sí misma. De esa comprensión depende el equilibrio. Tirar por la ventana todo aquello que el marketing etiqueta como ‘la vieja política’, sería -entre otras insensateces- despreciar el legado de nuestra propia historia y de sus figuras más trascendentes, desde Mitre y Avellaneda hasta Perón y Alfonsín.
Reemplazar la ‘rosca’ por los ‘manuales de instrucciones’ sería tan peligroso como cambiar la política por el marketing».